SAN DIEGO

CUATRO RUEDAS vs. LA COSTA OESTE (Km 0)


Un auto vs. La Costa Oeste sugiere un enfrentamiento, como si nos hubiésemos embarcado en una travesía y lo único que teníamos para combatir eran aquellas cuatro ruedas que nos movilizaban kilometros y kilómetros, día a día. La realidad es que el momento en el cual comenzamos a trazar aquel camino desde San Diego hasta San Francisco por la Autopista N1 se sintió como si los mismos creadores de aquellos caminos que recorren ripios y grandes ciudades icónicas hubiesen tenido en cuenta que en el invierno del 2016 mi familia y yo decidiriamos recorrerlos sobre cuatro ruedas. No por nada se lo conoce como "el road trip original".
Personalmente, nunca me entusiasmó la idea de un road trip, sonaba como los programas a los que la familias arrastran a sus hijos desganados en cualquier pelicula relativamente mala. Soy más fanática del recorrer a pié, de poder pararme en cada lugar que paso y sentirlo, tocarlo, que no me corra ningún itinerario. La idea de experimentar casi la mitad de aquel viaje detrás de una ventanilla que nos protegían de las temperaturas bajas estadounidenses de pleno enero no sonaba del todo entusiasmante. Quizás esto fué por que nunca antes había tenido la costa de California del otro lado del vidrio: aquellos 805 Km están plagados de maravillas y secretos escondidos.

Originalmente, pensé en escribir una sola entrada dedicándosela a la Costa Oeste de California como un lugar conjunto, pero me dí cuenta que eso sería como afirmar que todo el estado es una collage de palmeras, acantilados, lugares famosos para sacarse la foto y un par de caminatas para hacer. Sí, California parece tener una sola esencia, pero cada ciudad/lugar al costado de la Highway N1 tiene algo que la hace única y que valga la pena (o no) visitarla. Así que con este post es el primero de una serie del viaje que nos llevó a mi familia y a mi a recorrer en cuatro ruedas San Diego, Los Angeles, Ventura, Santa Barbara, Big Sur, Monterrey, San Francisco y Anaheim (Disneylandia) durante tres semanas.


Sunset Cliffs, San Diego, CA
Corriendo a mirar el atardecer
Nota: antes de comenzar, me parece importante aclarar que este viaje lo realizamos no solo en familia si no que con mi hermanita que acababa de cumplir un año. Aunque esto no nos privó de realizar ninguna actividad en particular, sí nos llevó a agregar programas menos aventureros que de otra manera hubiésemos ignorado (ejemplo: Legoland). De todas formas, mi hermana debe tener sangre de viajera, ya que aguantó aquellas 502 millas sin protestar.

SAN DIEGO: Ciudad de barcos y precipicios

Directo desde el aeropuerto de Los Ángeles, aquella ciudad de sueños y películas,  arrancamos nuestra gigantesca camioneta rumbo a San Diego, un destino que nos habían aconsejado no perder los días visitando. Por alguna razón, a pesar de estas acusaciones, habíamos decidido no dejarlo fuera del itinerario; y aunque mis instintos me prometieron encontrarme con un cruce entre  Nueva Jersey y Miami durante las dos horas que duró el viaje pronto descubriría que estaba equivocada. Tampoco entiendo en qué se basaba esta pre-concepción dado que lo único que asociaba con San Diego era su famoso zoológico, el cual me anticipo a decir que no visitamos. No por evitar puntos turísticos (de esos sobraron en el viaje y sin vergüenza) o por falta de tiempo: soy capaz de disfrutar de un asado sin culpa, pero hay algo sobre la idea de un animal viviendo en una jaula para el entretenimiento humano que no puedo digerir. Pero exploraré ese asunto en otra ocasión, ya que la cantidad de cosas que había para hacer tampoco nos dieron tiempo de reconsiderar el celebre zoológico.

Nos hospedamos lejos de la ciudad, en el Fisherman's Warf, acunados por cientos de botes amarrados y un sin fin de estrellas. San Diego demostró ser la perfecta combinación entre la tranquilidad de sus paisajes costeros y una ciudad despierta, iluminada con cientas de oportunidades para llenar los días. Las actividades que realizamos nosotros se abrieron como un abanico durante los tres días que nos hospedó, abarcando desde ponernos la camiseta de turistas consumistas para mimar a mi hermanita hasta correr a ver el atardecer todos juntos desde el acantilado mas cercano.

Juana en un mar de bloques (y nosotros esperando
a que termine)

LEGOLAND, ubicado en el alejado Carlsbad, se llevo el honor de estrenar nuestro primer dia. Nos habíamos acostado temprano, tras haber pasado la tarde corriendo a los Sunset Cliffs a observar todos juntos como el sol se escondía en el horizonte. Las piedras lisas irregulares, el agua azulada abrazándolas insistente mientras las palmeras observaban desde el borde como el sol se despedía del día: un paisaje que más adelante descubriríamos que nuestra mente buscaría instintivamente cada vez que pensáramos en California.
Con el cochecito cargado en el auto y las viceras de turistas marchamos hacia Legoland a dedicarle el día a la pequeña, y aunque no lo podamos haber disfrutado del todo su sonrisa hizo que el viaje valiese la pena. A mi criterio, se alcanza la misma diversión correteando en una plaza, y no parece tener sentido pagar esa entrada teniendo Disneylandia a tan solo 5 horas. Aunque Juana no pareció quejarse, quizás no resulta tan interesante estar observando maquetas de pequeños bloquecitos cuándo uno sabe que siguen kayacs, ciudades icónicas y lobos marinos en el itinerario. Más tarde, con el sol ya escondido y las pocas estrellas que se llegaban a ver adornando la noche, nos adentramos en la luminosa ciudad que desde Fisherman's Warf nos saludaba del otro lado del agua. Ahí estaría amarrado al puerto el gigantesco porta aviones USS Midway 41, y mientras el sol se escondía nuevamente, comiendo unas buenas hamburguesas decidiríamos que lo convertiríamos en la atracción principal de nuestro segundo día.
San Diego, CA.
USS Midway 41

No hay nada inicial sobre la historia militar que verdaderamente me entusiasme, pero parecía una ofensa rechazar una actividad tan entrelazada con la cultura del lugar que nos hospedaba. De la misma manera que no me considero una fanática de las reliquias de guerra, sí me considero una entusiasta de la historia, y no debe haber ningún museo que se compare con pisar con tus propios zapatos los lugares donde sucesos trascendentales ocurrieron. El porta aviones USS Midway 41 inicio su trayectoria a fines de la Segunda Guerra Mundial, siendo uno de los más grandes de su clase, y terminó su aporte con la invasión a Irak en la Operación Tormenta del Desierto. Parecía casi un insulto que lo tuviesen ahora ahí, anclado esperando que cientos de turistas caminasen sus cubiertas simulando fotografías iconicas de tiempos verdaderamente difíciles. Pero mas que estar en una vidriera, el Midway 41 se regía con tanto honor que parecía mas bien un monumento, una manera de recordar por siempre a todos esos cientos de soldados que, bien o mal, voluntariamente o a la fuerza, entregaron su vida por su nación. Era imposible que no te corriese un escalofrío caminando sus mismos pisos, observando las mismas alertas en las pantallas congeladas, sentándose tras los volantes de los mismos aviones que habían piloteado.

Luego de dedicarle algunas buenas horas a historia de la guerra direccionámos el auto hacia la Joya Cove; un bello lugar que mas adelante descubrirían que apodan el "Beverlly Hills de San Diego". Eso explicaba muchas cosas, como la manera en la que los precios de las tiendas se adecuaban a la belleza del lugar. Pasamos así una autentica tarde californiana, almorzando en una terraza con vista a toda la costa junto a unos amigos, para luego caminar bajo esas gigantescas palmeras, que adornan las calles como postes de luz, para dirigirnos a los acantilados. Tenia entendido que había una serie de cuevas escondidas por esta área a tan solo una caminata de distancia, pero para cuando llegamos el atardecer y la marea alta volvieron imposible siquiera aventurarse a buscarlas (mis zapatillas mojadas podrán contarles más al respecto).
Quizás no encontramos las famosas cuevas, pero los lobos marinos no faltaron: ahi estaban pobrecitos, esparcidos entre la playa, las cuevas y los acantilados; mitad acosados por los turistas y mitad protegidos por una loca suelta que alejaba a quienes se acercaban demasiado. Pero estas no eran las bestias juguetonas de Galápagos, estos eran mas bien animales de vidriera: acostumbrados a los flashes y sumidos en su propio mundo. Sin embargo, tengo que destacar que el hecho de ser un foco turístico no logra hacer temblar la calma que gobierna La Joya Cove: sus acantilados, lobos y tiendas conviven en una armonía que cuesta poner en palabras.

Esa misma noche, con las cinco valijas de vuelta subidas al auto, seleccionamos Los Angeles en el GPS y pisamos el acelerador; dejando detrás San Diego, una ciudad que nos había sorprendido, para partir hacia la tierra del cine, las estrellas y las palmeras.

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¿Volveria?: No, pero es muy raro que yo quiera volver a un lugar que ya visité siendo el mundo tan enorme y la vida tan corta.
¿Qué falto? Recorrer más la ciudad (la visitábamos solamente a la hora de la cena), hacer el tour por varios otros barcos, descubrir las cuevas de La Joya Cove y pasar por los pueblitos costeros surfistas que hay rumbo a L.A.
Un pensamiento al azar: "Este es un lugar perfecto para criar una familia"
Expectativas vs Realidad: Esperaba Miami y me encontré con una ciudad hermosa por su arquitectura, historia y por sus paisajes costeros.
¿Recomiendo ir?: Nadie morirá incompleto si no visita San Diego, pero es un gran lugar para comenzar el Road Trip por la Highway N1. Por lo tanto, recomiendo visitarlo solo si es parte de un plan mayor de recorridos por California.

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